La verdad es que el título es provisorio. si alguien tiene alguna sugerencia, mis ojos están abiertos.
Si alguien me sugiere cómo mejorar algún aspecto flojo, que no muerdo y dispare.
Lo siguiente es una versión corregida del borrador. Se trata del mismo extracto pero con varios cambios aunque no muy drásticos. Espero les agrade.
Pido disculpas a la gente de Fantasía Autral, a quienes les prometí tenerlo entero "pronto". ¡Madre Santa la mía, soy más lenta que la justicia!. He tenido muchos contratiempos y la inspiración se me escapa, pero no he dejado de intentarlo.
Ahora sí, esper que disfruten este pedacito más que en su versión anterior.
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El Ingeniero ajustó por sí mismo cada parte del arco
que traería a los soldados de regreso, tenía que estar listo en menos
de seis horas y aún faltaba mucho por hacer, aunque no era tan difícil,
conocía ese portal como a la palma de su mano y sabía y predecía cada
una de sus fallas al ser usado.
El Teniente Gratt Vaus había
llegado hacía media hora para inspeccionar el trabajo realizado por él,
no era una presencia agradable y su antipatía era mutua.
—Profesor
Von Strass —rompió el silencio después del saludo indiferente que se
dieron—, ¿será posible que avance más rápido? El Batallón de Caza debe
estar esperando —su voz era fría y parecía haber un permanente aire
desdeñoso.
Pax se tomó su tiempo para responder, le molestaba que
lo interrumpieran mientras trabajaba y Gratt lo tenía bien sabido, por
lo que quiso devolver el incordio con el silencio, antes de paz… o casi
de paz. Ajustó engranajes y aceitó tuercas antes de decidirse a
contestar.
—Lo hubiera sido —comenzó, su voz carraspeaba y era
grave, por los años trabajando cerca de hogueras, forjando él mismo las
placas con sellos arcanos, respirando el humo del carbón— de no ser
porque a la mitad de los obreros de acá se les envió a las minas del
norte de Solit —finalizó en tono poco considerado y sin mirar al
militar, expresando su desagrado.
El Teniente quiso permanecer indiferente a las palabras de Pax, tan ásperas como su voz.
—Profesor,
bien sabe usted que el número de trabajadores no es impedimento para
terminar a tiempo —objetó—. Lleva seis años trabajando en este portal y
se ha topado con contratiempos más delicados, y además debería tener a
sus trabajadores consigo.
— Entonces bien debe saber, Teniente,
que mi trabajo quedará hecho. Me imagino que tendrá asuntos más
importantes que vigilar mi desempeño en el portal. Lo demás ya lo he
dicho, esos hombres tienen derecho a unas horas de sueño.
Pax
había dejado que los obreros se fueran a sus hogares mientras continuaba
él mismo el trabajo. Eso no les agradaba a sus mandamases, pero se
podía dar el lujo de decidir qué hacer con sus trabajadores.
Gratt Vaus aprovechó el comentario para agregar:
—La
verdad es que el Coronel Kingsley necesita saber por qué su máquina
sufre tantas fallas cada vez que es usada. Las reparaciones están
costando demasiado y nos es necesario saber qué hará usted para darle
arreglos permanentes.
—Teniente —apartó su atención de la máquina
para acercarse al militar mientras se quitaba las gafas protectoras—,
creo que ha olvidado que lo que hago no es magia, al menos no en toda su
expresión. Hacer esto es más difícil que una máquina de guerra, y no es
natural.
Su mirada era desafiante, ante la desdeñosa del militar, ambas parecían competir por quien flaqueaba primero.
—¿Quiere decir que no hay arreglo permanente?
—Solo
un mago puede hacer un verdadero portal, y los magos ya no existen acá
desde hace décadas. Si quieren uno pueden ir a buscarlo a los otros
mundos que el Batallón de Caza visita para obtener sus preciados objetos
—replicó Pax ante la insistencia del militar.
—¿Está burlándose?
—inquirió el militar, irritado— Recuerde que conseguir la materia que
buscamos para sus máquinas ya es bastante difícil como para traer acá a
un mago real.
—Entonces me parece que es estéril seguir
cuestionando. Si sus mandamases militares confían en mi trabajo,
deberían dejar de cuestionar. No hay otro que pueda hacer lo que yo
hago, y si lo hay, que lo traigan. Por mí estará bien.
Pax dio la vuelta para seguir concentrándose en su trabajo, sin importarle el incordio.
—No
olvide, Von Strass, que más le vale cumplir. Independiente de las
dificultades que tenga en su desempeño, el Coronel, e incluso el Alto
General de la Armada de Solit esperan que sus errores comunes dejen de
repetirse. Queda advertido, Profesor Von Strass.
Pax no miró atrás
cuando el Teniente salió del lugar y se volvió a concentrar en su
trabajo, ya no le importaban las amenazas de la milicia, lo necesitaban
mientras necesitaran la fuente de energía que usan para sus horrendas
máquinas, que él construyó, por cierto.
La estancia era una enorme
cueva, Pax la eligió porque así su máquina sería más estable y no se
desmoronaría en cada ocasión que la usara, pues el arco estaba unido a
la pared del fondo de la cueva. Las demás fallas eran producto del
motor, impulsado gracias a una mezcla de la energía extraída de
poderosos artefactos mágicos y energía a partir del carbón. Gracias a
eso, había en dicha cueva una considerable cantidad de carros llenos de
carbón cubiertos por una densa tela de cuero para protegerlos de cenizas
ardiendo (culpables en buena parte de su voz rasposa), montones de
herramientas, tuercas, escaleras y materiales de protección para los
obreros y para él, esparcidos en mesas junto a planos y algunos papeles
con copias de antiguos manuscritos de algún desaparecido mago de aquél
mundo.
Nadie sabe cómo ni por qué, pero hasta hace más o menos
medio siglo, el poderoso gremio de magos que gobernaba allí desapareció.
Entonces la magia fue reemplazada por la tecnología, la ciencia y la
industria. El Ingeniero heredó parte del legado de un mago y fusionó la
arcaica magia con el avance tecnológico, que desde que recuerda, había
avanzado a paso de locomotora. Así, en su aprendizaje sobre ambos
campos, pasó buena parte de su vida buscando fuentes de conocimiento,
estudiando la lengua de los magos, descubriendo secretos y poniendo en
práctica su disciplina, con excelentes resultados.
Entonces la
guerra civil estalló en Solit, y Pax se unió a la resistencia a la
milicia, apoyando a amigos de la familia. Cuatro años de guerra y pese
al gran aporte que Pax era para máquinas de guerra, la resistencia
fracasó. Seis años después, allí estaba.
Se dirigió de nuevo hacia
el gran arco, lleno de placas cilíndricas de plata con símbolos arcanos
que el mismo labró, algunas piedras cargadas de la energía más valiosa
que se pudiera encontrar: la magia. Todas unidas a engranajes ocultos
tras de las placas que formaban parte de un mecanismo que hacía fluir la
magia para abrir una brecha entre el mundo de Pax y otros mundos, donde
el Batallón de Caza se aventuraba para conseguir aquello que sustentaba
a la maquinaria de guerra sin necesitar carbón. Era un mineral que
aportaba energía permanentemente, él no conocía su procedencia, pero al
descubrirlo supo que debía conseguir más. De alguna forma. El Capitán
del Batallón de Caza conocía la procedencia de esta milagrosa fuente de
energía, la cual nunca reveló, pero necesitaba viajar por
otros
lugares para conseguirla. Así fue como Pax terminó construyendo el
portal. No era un mago real, no había magia en su ser, pero podía
apañarse con su ingenio.
Aquellos inventos le salvaron la vida a
Pax, pero condenaron su libertad, la de toda la nación de Solit y más
allá incluso de sus fronteras. Después del Golpe y la Guerra Civil, la
Armada de Solit se hizo cargo del gobierno y dispusieron a Pax a
trabajar para ellos a cambio de mantenerlo vivo. Con el tiempo y los
resultados de su trabajo, Pax se ganó una posición privilegiada y ya no
fue tan presionado por el gobierno militar. Aunque a nadie le gustaba
que el portal sufriera las mismas fallas cada vez, y entre quienes
sobrevivieron al fracaso de la resistencia, lo miraban como a un
traidor. No los culpaba ni tenía de qué quejarse, sabía que era por su
culpa que Solit fue nombrada desde más allá de las fronteras como La
Nación Devoradora, pues de no ser por la supremacía tecnológica militar
que su talento brindó, la dictadura del Alto General se hubiera limitado
a donde estaban las fronteras originalmente.
Continuó con los
detalles de su portal hasta pasadas las tres de la madrugada. Después de
reemplazar la última pieza se procuró un descanso en su casa, una finca
cercana a la cueva, construida para él por el gobierno, aunque casi
nunca estaba allí. Así que la casa era más bien para la servidumbre que
dispusieron a trabajar para él. Gente buena y trabajadora, que Pax
decidió darles la mayor cantidad de beneficios posibles, dejaba que
tomaran parte de de las reservas provisionales que le proporcionaba el
Gobierno por su servicio y las repartieran entre el proletariado. Le era
tremendamente incómodo vivir a modo de la alta alcurnia a costa de la
gente a la que condenó.
Se aseó y cambió sus ropas sucias y
gastadas que usaba para trabajar. Dentro de la sociedad, Pax era un
hombre de respeto, pero su aspecto generalmente era asociado con la
clase obrera, por lo que muchos lo consideraban una compañía poco
agradable, aún en las fiestas de la alta sociedad (compuesta casi
totalmente por la milicia), donde moderaba el mal humor que le producía
estar lejos de su trabajo. Y era todo por su trabajo, su motivo de vida,
aunque fuera para la gente que odiaba, aún así, nada se comparaba a ver
los resultados de su propio esfuerzo.
Ya casi a la hora de
volver, se alistó para ir de nuevo a la cueva, que era casi su hogar al
pasar casi todo su tiempo allí, esta vez con ropas más elegantes, pues
esa mañana llagaría el Batallón de Caza y por regla se debía vestir con
pulcritud y opulencia, aún los obreros. No acatar esta regla arriesgaba
severas condenas, por lo que al llegar vio que sus obreros habían
limpiado el lugar y vestido ropas de trabajo que solo usaban para esa
ocasión, limpias y de aspecto nuevo.
Los militares comenzaron a
llegar por una suerte de orden de rango. Primero algunos de infantería
que estaban destinados a proteger la cueva tanto por dentro como por
fuera para evitar algún atentado o intruso, ya que el Batallón estaba
compuesto por pocos hombres, se requería una fuerza de apoyo que los
resguardara por si algo sucedía. Pasó un rato mientras Pax y sus obreros
recibían a los militares con una máscara de respeto perfecta, aún
cuando el ingeniero saludó a Gratt Vaus, a Kingsley o al Alto General, a
quienes odiaba profundamente, mantuvo la etiqueta digna de un caballero
de alta alcurnia. Pax era bueno mintiendo.
Luego de saludar,
soportó el discurso del Alto General, un anciano al borde de la
senilidad, que redundaba en lo grande de la nación y demás autoengaño
narcisista. Entonces entró él en el juego. Luego de dar gracias por la
oportunidad de trabajar por "la honorable fuerza militar de Solit" se
concentró en su máquina mientras un par de obreros la abastecían con una
buena cantidad de carbón, otro tanto repartía máscaras para protegerse
del humo. Pax se puso la suya y un par de guantes, metió la mano en su
bolsillo y sacó una gema de traslúcido color rojo, que era un trozo del
mineral de energía eterna, y se dirigió a la caldera para abrir un
compartimiento pequeño en el tubo donde subiría el vapor, el cual fue
ocupado por la gema. Cerrado el compartimiento, era momento de encender
la caldera.
—Es hora —anunció, casi ansioso.
Los obreros
encendieron la caldera y Pax jaló la palanca que hacía funcionar el
mecanismo, los cilindros comenzaron a girar de forma lenta mientras se
generaba esa energía que iba más allá de lo que el carbón podía hacer
por sí solo. El calor y la humedad comenzaron a manar, pronto en el
centro del arco comenzó a abrirse la brecha, al tiempo en que las placas
giraban a mayor velocidad y las piedras ayudaban a canalizar mejor la
energía. Formaba un bonito juego de luces, casi parecía la obertura a un
espectáculo circense, era una suerte que nadie pensara así.
Y en
el momento en que el agujero se expandía hasta los límites del arco,
algo raro ocurrió, el funcionamiento de la máquina se aceleró como nunca
lo había hecho y un resplandor en el agujero cegó la vista de todos en
el lugar.
—Von Strass, ¿qué está sucediendo? —oyó preguntar a alguien.
Pax
lo sabía, pero no lo creía. Algo o alguien alimentaba con energía a la
máquina de forma externa. Alguien intentaba cruzar el portal.
Se
guardó para sí la respuesta y trató de detener el mecanismo, pero ya era
tarde y la máquina funcionaba por sí sola, era imposible detenerla, y a
ese ritmo estallaría.
—No, imposible —se decía, haciendo lo humanamente posible por detenerlo, infructuosamente—; ¡No! —se repetía, desesperado.
El
tiempo se hizo lento, mientras seguía con sus inútiles y frenéticos
intentos. Pronto ya todos entendieron que estar allí era un suicidio, y
dos de sus obreros lo obligaron a desistir, y sin más remedio tuvo que
salir aunque no sin algunos libros y papeles que consideraba esenciales.
Miró
hacia atrás y vio una luz cegadora que pronto envolvió hasta más allá
de la cueva, y luego un estruendo alarmante y un temblor que estremeció
las entrañas de la tierra e hizo caer al suelo a varios de los hombres. Y
todo fue llamas y caos.
Paxton se incorporó mirando la
destrucción de su trabajo, incrédulo, pero fue la visión de algo más que
heló su sangre: la figura de un hombre contrastaba con las llamas y el
humo mientras otra más robusta se incorporaba peligrosamente cerca de la
entrada de la cueva ardiendo.
—¡Intrusos! —informó la voz de algún soldado, en medio del caos...