miércoles, 28 de marzo de 2012

La Caída de Solit


La verdad es que el título es provisorio. si alguien tiene alguna sugerencia, mis ojos están abiertos.
Si alguien me sugiere cómo mejorar algún aspecto flojo, que no muerdo y dispare.
 Lo siguiente es una versión corregida del borrador. Se trata del mismo extracto pero con varios cambios aunque no muy drásticos. Espero les agrade.
Pido disculpas a la gente de Fantasía Autral, a quienes les prometí tenerlo entero "pronto". ¡Madre Santa la mía, soy más lenta que la justicia!. He tenido muchos contratiempos y la inspiración se me escapa, pero no he dejado de intentarlo.
Ahora sí, esper que disfruten este pedacito más que en su versión anterior.

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El Ingeniero ajustó por sí mismo cada parte del arco que traería a los soldados de regreso, tenía que estar listo en menos de seis horas y aún faltaba mucho por hacer, aunque no era tan difícil, conocía ese portal como a la palma de su mano y sabía y predecía cada una de sus fallas al ser usado.
El Teniente Gratt Vaus había llegado hacía media hora para inspeccionar el trabajo realizado por él, no era una presencia agradable y su antipatía era mutua.
—Profesor Von Strass —rompió el silencio después del saludo indiferente que se dieron—, ¿será posible que avance más rápido? El Batallón de Caza debe estar esperando —su voz era fría y parecía haber un permanente aire desdeñoso.
Pax se tomó su tiempo para responder, le molestaba que lo interrumpieran mientras trabajaba y Gratt lo tenía bien sabido, por lo que quiso devolver el incordio con el silencio, antes de paz… o casi de paz. Ajustó engranajes y aceitó tuercas antes de decidirse a contestar.
—Lo hubiera sido —comenzó, su voz carraspeaba y era grave, por los años trabajando cerca de hogueras, forjando él mismo las placas con sellos arcanos, respirando el humo del carbón— de no ser porque a la mitad de los obreros de acá se les envió a las minas del norte de Solit —finalizó en tono poco considerado y sin mirar al militar, expresando su desagrado.
El Teniente quiso permanecer indiferente a las palabras de Pax, tan ásperas como su voz.
—Profesor, bien sabe usted que el número de trabajadores no es impedimento para terminar a tiempo —objetó—. Lleva seis años trabajando en este portal y se ha topado con contratiempos más delicados, y además debería tener a sus trabajadores consigo.
— Entonces bien debe saber, Teniente, que mi trabajo quedará hecho. Me imagino que tendrá asuntos más importantes que vigilar mi desempeño en el portal. Lo demás ya lo he dicho, esos hombres tienen derecho a unas horas de sueño.
Pax había dejado que los obreros se fueran a sus hogares mientras continuaba él mismo el trabajo. Eso no les agradaba a sus mandamases, pero se podía dar el lujo de decidir qué hacer con sus trabajadores.
Gratt Vaus aprovechó el comentario para agregar:
—La verdad es que el Coronel Kingsley necesita saber por qué su máquina sufre tantas fallas cada vez que es usada. Las reparaciones están costando demasiado y nos es necesario saber qué hará usted para darle arreglos permanentes.
—Teniente —apartó su atención de la máquina para acercarse al militar mientras se quitaba las gafas protectoras—, creo que ha olvidado que lo que hago no es magia, al menos no en toda su expresión. Hacer esto es más difícil que una máquina de guerra, y no es natural.
Su mirada era desafiante, ante la desdeñosa del militar, ambas parecían competir por quien flaqueaba primero.
—¿Quiere decir que no hay arreglo permanente?
—Solo un mago puede hacer un verdadero portal, y los magos ya no existen acá desde hace décadas. Si quieren uno pueden ir a buscarlo a los otros mundos que el Batallón de Caza visita para obtener sus preciados objetos —replicó Pax ante la insistencia del militar.
—¿Está burlándose? —inquirió el militar, irritado— Recuerde que conseguir la materia que buscamos para sus máquinas ya es bastante difícil como para traer acá a un mago real.
—Entonces me parece que es estéril seguir cuestionando. Si sus mandamases militares confían en mi trabajo, deberían dejar de cuestionar. No hay otro que pueda hacer lo que yo hago, y si lo hay, que lo traigan. Por mí estará bien.
Pax dio la vuelta para seguir concentrándose en su trabajo, sin importarle el incordio.
—No olvide, Von Strass, que más le vale cumplir. Independiente de las dificultades que tenga en su desempeño, el Coronel, e incluso el Alto General de la Armada de Solit esperan que sus errores comunes dejen de repetirse. Queda advertido, Profesor Von Strass.
Pax no miró atrás cuando el Teniente salió del lugar y se volvió a concentrar en su trabajo, ya no le importaban las amenazas de la milicia, lo necesitaban mientras necesitaran la fuente de energía que usan para sus horrendas máquinas, que él construyó, por cierto.
La estancia era una enorme cueva, Pax la eligió porque así su máquina sería más estable y no se desmoronaría en cada ocasión que la usara, pues el arco estaba unido a la pared del fondo de la cueva. Las demás fallas eran producto del motor, impulsado gracias a una mezcla de la energía extraída de poderosos artefactos mágicos y energía a partir del carbón. Gracias a eso, había en dicha cueva una considerable cantidad de carros llenos de carbón cubiertos por una densa tela de cuero para protegerlos de cenizas ardiendo (culpables en buena parte de su voz rasposa), montones de herramientas, tuercas, escaleras y materiales de protección para los obreros y para él, esparcidos en mesas junto a planos y algunos papeles con copias de antiguos manuscritos de algún desaparecido mago de aquél mundo.
Nadie sabe cómo ni por qué, pero hasta hace más o menos medio siglo, el poderoso gremio de magos que gobernaba allí desapareció. Entonces la magia fue reemplazada por la tecnología, la ciencia y la industria. El Ingeniero heredó parte del legado de un mago y fusionó la arcaica magia con el avance tecnológico, que desde que recuerda, había avanzado a paso de locomotora. Así, en su aprendizaje sobre ambos campos, pasó buena parte de su vida buscando fuentes de conocimiento, estudiando la lengua de los magos, descubriendo secretos y poniendo en práctica su disciplina, con excelentes resultados.
Entonces la guerra civil estalló en Solit, y Pax se unió a la resistencia a la milicia, apoyando a amigos de la familia. Cuatro años de guerra y pese al gran aporte que Pax era para máquinas de guerra, la resistencia fracasó. Seis años después, allí estaba.
Se dirigió de nuevo hacia el gran arco, lleno de placas cilíndricas de plata con símbolos arcanos que el mismo labró, algunas piedras cargadas de la energía más valiosa que se pudiera encontrar: la magia. Todas unidas a engranajes ocultos tras de las placas que formaban parte de un mecanismo que hacía fluir la magia para abrir una brecha entre el mundo de Pax y otros mundos, donde el Batallón de Caza se aventuraba para conseguir aquello que sustentaba a la maquinaria de guerra sin necesitar carbón. Era un mineral que aportaba energía permanentemente, él no conocía su procedencia, pero al descubrirlo supo que debía conseguir más. De alguna forma. El Capitán del Batallón de Caza conocía la procedencia de esta milagrosa fuente de energía, la cual nunca reveló, pero necesitaba viajar por otros lugares para conseguirla. Así fue como Pax terminó construyendo el portal. No era un mago real, no había magia en su ser, pero podía apañarse con su ingenio.
Aquellos inventos le salvaron la vida a Pax, pero condenaron su libertad, la de toda la nación de Solit y más allá incluso de sus fronteras. Después del Golpe y la Guerra Civil, la Armada de Solit se hizo cargo del gobierno y dispusieron a Pax a trabajar para ellos a cambio de mantenerlo vivo. Con el tiempo y los resultados de su trabajo, Pax se ganó una posición privilegiada y ya no fue tan presionado por el gobierno militar. Aunque a nadie le gustaba que el portal sufriera las mismas fallas cada vez, y entre quienes sobrevivieron al fracaso de la resistencia, lo miraban como a un traidor. No los culpaba ni tenía de qué quejarse, sabía que era por su culpa que Solit fue nombrada desde más allá de las fronteras como La Nación Devoradora, pues de no ser por la supremacía tecnológica militar que su talento brindó, la dictadura del Alto General se hubiera limitado a donde estaban las fronteras originalmente.
Continuó con los detalles de su portal hasta pasadas las tres de la madrugada. Después de reemplazar la última pieza se procuró un descanso en su casa, una finca cercana a la cueva, construida para él por el gobierno, aunque casi nunca estaba allí. Así que la casa era más bien para la servidumbre que dispusieron a trabajar para él. Gente buena y trabajadora, que Pax decidió darles la mayor cantidad de beneficios posibles, dejaba que tomaran parte de de las reservas provisionales que le proporcionaba el Gobierno por su servicio y las repartieran entre el proletariado. Le era tremendamente incómodo vivir a modo de la alta alcurnia a costa de la gente a la que condenó.
Se aseó y cambió sus ropas sucias y gastadas que usaba para trabajar. Dentro de la sociedad, Pax era un hombre de respeto, pero su aspecto generalmente era asociado con la clase obrera, por lo que muchos lo consideraban una compañía poco agradable, aún en las fiestas de la alta sociedad (compuesta casi totalmente por la milicia), donde moderaba el mal humor que le producía estar lejos de su trabajo. Y era todo por su trabajo, su motivo de vida, aunque fuera para la gente que odiaba, aún así, nada se comparaba a ver los resultados de su propio esfuerzo.
Ya casi a la hora de volver, se alistó para ir de nuevo a la cueva, que era casi su hogar al pasar casi todo su tiempo allí, esta vez con ropas más elegantes, pues esa mañana llagaría el Batallón de Caza y por regla se debía vestir con pulcritud y opulencia, aún los obreros. No acatar esta regla arriesgaba severas condenas, por lo que al llegar vio que sus obreros habían limpiado el lugar y vestido ropas de trabajo que solo usaban para esa ocasión, limpias y de aspecto nuevo.
Los militares comenzaron a llegar por una suerte de orden de rango. Primero algunos de infantería que estaban destinados a proteger la cueva tanto por dentro como por fuera para evitar algún atentado o intruso, ya que el Batallón estaba compuesto por pocos hombres, se requería una fuerza de apoyo que los resguardara por si algo sucedía. Pasó un rato mientras Pax y sus obreros recibían a los militares con una máscara de respeto perfecta, aún cuando el ingeniero saludó a Gratt Vaus, a Kingsley o al Alto General, a quienes odiaba profundamente, mantuvo la etiqueta digna de un caballero de alta alcurnia. Pax era bueno mintiendo.
Luego de saludar, soportó el discurso del Alto General, un anciano al borde de la senilidad, que redundaba en lo grande de la nación y demás autoengaño narcisista. Entonces entró él en el juego. Luego de dar gracias por la oportunidad de trabajar por "la honorable fuerza militar de Solit" se concentró en su máquina mientras un par de obreros la abastecían con una buena cantidad de carbón, otro tanto repartía máscaras para protegerse del humo. Pax se puso la suya y un par de guantes, metió la mano en su bolsillo y sacó una gema de traslúcido color rojo, que era un trozo del mineral de energía eterna, y se dirigió a la caldera para abrir un compartimiento pequeño en el tubo donde subiría el vapor, el cual fue ocupado por la gema. Cerrado el compartimiento, era momento de encender la caldera.
—Es hora —anunció, casi ansioso.
Los obreros encendieron la caldera y Pax jaló la palanca que hacía funcionar el mecanismo, los cilindros comenzaron a girar de forma lenta mientras se generaba esa energía que iba más allá de lo que el carbón podía hacer por sí solo. El calor y la humedad comenzaron a manar, pronto en el centro del arco comenzó a abrirse la brecha, al tiempo en que las placas giraban a mayor velocidad y las piedras ayudaban a canalizar mejor la energía. Formaba un bonito juego de luces, casi parecía la obertura a un espectáculo circense, era una suerte que nadie pensara así.
Y en el momento en que el agujero se expandía hasta los límites del arco, algo raro ocurrió, el funcionamiento de la máquina se aceleró como nunca lo había hecho y un resplandor en el agujero cegó la vista de todos en el lugar.
—Von Strass, ¿qué está sucediendo? —oyó preguntar a alguien.
Pax lo sabía, pero no lo creía. Algo o alguien alimentaba con energía a la máquina de forma externa. Alguien intentaba cruzar el portal.
Se guardó para sí la respuesta y trató de detener el mecanismo, pero ya era tarde y la máquina funcionaba por sí sola, era imposible detenerla, y a ese ritmo estallaría.
—No, imposible —se decía, haciendo lo humanamente posible por detenerlo, infructuosamente—; ¡No! —se repetía, desesperado.
El tiempo se hizo lento, mientras seguía con sus inútiles y frenéticos intentos. Pronto ya todos entendieron que estar allí era un suicidio, y dos de sus obreros lo obligaron a desistir, y sin más remedio tuvo que salir aunque no sin algunos libros y papeles que consideraba esenciales.
Miró hacia atrás y vio una luz cegadora que pronto envolvió hasta más allá de la cueva, y luego un estruendo alarmante y un temblor que estremeció las entrañas de la tierra e hizo caer al suelo a varios de los hombres. Y todo fue llamas y caos.
Paxton se incorporó mirando la destrucción de su trabajo, incrédulo, pero fue la visión de algo más que heló su sangre: la figura de un hombre contrastaba con las llamas y el humo mientras otra más robusta se incorporaba peligrosamente cerca de la entrada de la cueva ardiendo.
—¡Intrusos! —informó la voz de algún soldado, en medio del caos...

martes, 20 de marzo de 2012

Nacida Maldita

Mis estimados y estimadas. Desempolvo este blog para subir una historia que ha tenido buenos comentarios en mi FictionPress... así que por qué no hacer uso de este espacio. Entonces les presento este cuento corto, que tendré que extender por unos cuántos capítulos porque la historia trata de un personaje recurrente en mis proyectos.
El nacimiento
Un grito desgarrador le hizo abrir sus ojos en medio de un sobresalto. La señora de la casa al fin daría a luz.
Fana, una meiga entrando a la vejez, se había quedado en la gran construcción de madera y piedra del viejo Marod desde hace algunos meses a la espera del nacimiento de su última cría, que ha tardado más de lo humano.
Se levantó y en camisón fue a los aposentos de la señora de la gran casa. La fría noche de invierno, tan oscura como los ojos de la meiga, se intensificaba dentro del lugar. Fana, cuya experiencia se basaba en su vida entera de práctica, en la superstición y la ignorancia ajena, interpretó aquello como un mal presagio mientras entraba a la habitación, que pese al fuego de la chimenea, el aire que entró por su nariz era gélido y molesto. Junto a la cama de plumas y piel de oso, un hombre de su misma edad permanecía de pie, quejándose de los gemidos de dolor de su mujer, una joven sudorosa que intentaba aguantar el dolor de parir a una cría por primera vez.
—¿Va a nacer? —inquirió el hombre.
Fana se acercó a la joven y levantó la pieles, descubriendo lo peor que ha visto: un charco de agua sanguinolenta manaba de entre las piernas de la mujer. Fana lo sabía, desde que se dio la noticia de la espera de la criatura, que sería algo terrible. Ha ido carcomiendo a la esposa del viejo, consumiendo su vida, debilitándola. Ha traído la mitad del pueblo al mundo, y nunca ha visto algo tan perturbador como una cría que demore más de un año en llegar, que hunda en la locura a su madre. Desde su interior sabía que la criatura estaba maldita.
—Lo está, viejo idiota —le contestó, agria—. Pero algo sale mal, tu cría nueva podría matar a tu mujer, solo mírala: el blanco de la muerte en su piel y sangrando mares por echar al mundo a una criatura marcada. Vete, voy a ocuparme de ésto— lo echó—. Haré lo posible por mantenerlos vivos.
La joven mujer agarró del camisón a Fana cuando ésta se preparaba para recibir a la cría. Un fulgor violáceo llenaba sus ojos, el mismo que los inundaba cuando ella tenía sus ataques de locura.
—Ella vivirá —susurró entre jadeos, pero con una expresión resuelta y segura
No dijo más, sus últimas fuerzas las ocupó en dar a luz a la pequeña criatura, una niña de ojos extraños, sombríos, despiertos; su llanto no era más que un susurro débil y era tan pequeña que parecía absurdo que causara la muerte de su madre.
Fana era una meiga, y sabía que la pequeña niña era siniestra. Pero por alguna razón, no podía contarle al viejo Marod, el mercader del pueblo y su hermano, lo que sabía.
Por el resto de su vida, resonarían las palabras de Rela, su cuñada ya muerta.
Ella vivirá.


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Acepto las críticas y comentarios que me ayuden a mejorar algún aspecto flojo que tenga. Esperoque les haya gustado.
Saludos