jueves, 28 de noviembre de 2013

La Dama en el Hielo.

Ostras, hace eones que no tenía nada tan fresco como esto. Recién salido del horno y pretendo continuarlo hasta el final y que figure entre los grandiosos aportes a Fantasía Austral. Siéntase libre de usar la honestidad brutal que todos necesitamos para mejorar.


La Dama en el Hielo.
Introducción. 



—Esta es una historia grande —comenzó a relatar el hechicero mientras que su oyente le miraba con suma atención—, mas la haré pequeña para ti. Trata de una guerra y una mujer, pero no por su amor, sino por su poder.
“El poder puede venir de un título o, un objeto, pero también del conocimiento. Pues éste era el poder de esa mujer: el conocimiento de todo, de lo que es, lo que fue y lo que podría ser, de aquello que conoces, lo que conocerás y de lo que nunca verás; el conocimiento de aquello que nuestros ojos no están preparados para ver y aquello que ni yo mismo podré entender jamás. ¿Qué harías con ese poder en ti? No es mucho lo que pudo hacer esa mujer, que a veces podía vislumbrar en su mente las cosas más bellas, las criaturas sagradas más puras… pero también horrores innombrables, atrocidades y dolores que tu pequeña mente no podría concebir —la expresión de su oyente se volvió algo nerviosa—, de forma repentina en cualquier minuto. Imagina lo frágil que debía de ser su cordura. El conocimiento puede ser maravilloso, pero también la peor de las maldiciones.
Y su tormento no acababa allí. ¿Cuánta gente crees que supo de aquel poder? Ella, siendo una errante Inmortal vio en su camino, tanto queriendo como no, a hombres y mujeres de todo tipo, pero mientras los hombres de simple vivir la rechazaban, los coronados la codiciaban. Curioso es que aquellos que ya tienen poder en sus manos casi siempre desean más.
 —¿Y por qué los reyes la querrían?
—Porque así podrían ser capaces de conocer secretos de sus enemigos, acceder a tesoros y desatar poderes para usar a su beneficio. Un rey o reina con un poder tan grande podría significar el fin de demasiadas cosas.
“Ahora bien, la verdad ella pudo escapar varias veces de la ambición de muchos, pero fue cuando sus pasos la trajeron a estas tierras que las cosas se volvieron más complicadas. A diferencia de las tierras de donde viene, en estas hay más magia fluyendo, y la cantidad de gente con talentos mágicos se triplica. Así, más temprano que tarde, los videntes y oráculos de los reyes de tres grandes reinos dieron cuenta de su presencia. Los tres grandes reinos de esta parte del mundo inmediatamente fueron a buscarla
—Pero... ¿viajó sola? ¿No tenía ningún amigo?
—Tenía un guardián y unos cuántos amigos. Pero unos cuántos amigos no eran suficientes para ayudarla, su poder estaba fuera del alcance del entendimiento de cualquiera y poco teníamos a favor.
“Los sedientos de magia de Monrioeb, los Altos Señores elfos de Mor-Ámana, que se consideran por encima de cualquiera en todo el mundo, y los esclavos del dios oscuro, allá en Rapssal...
—Son los...
—Sí, ellos, —interrumpió raudo para no desviar la atención de quien le oía—  que además contaban con la ayuda de un hechicero tan poderoso como yo mismo, incluso temo decir que más, fueron a la búsqueda de esta atormentada dama. Por fortuna, la reina de Monrioeb tenía ideas distintas y acogió a ella y a sus compañeros. Pero su protección se volvió frágil cuando de pronto los ejércitos de dos grandes naciones intentaron sitiar su reino para persuadir a entregar a la Dama que Todo lo Ve. Incluso el rey de Monrioeb estaba dispuesto a usarla para frenar una guerra que no se esperaba, aún cuando significara sacrificar a su propia esposa para lograrlo.
“No había opción. Nadie quería muertes de inocentes, así que debió huir más allá de estas montañas, donde pocos se atrevían a ir, para frenar un conflicto innecesario, donde la tierra es infértil y el clima es duro, donde alguna vez hubo abundantes campos de trigo y un reino próspero cuyo nombre se perdió en el tiempo. Se escondió del mundo, de los reyes ambiciosos y los campesinos temerosos, en una fortaleza abandonada de piedra gastada.
—¿Y cómo fue que logró huir de los videntes?
—A ti no se te escapa nada —halagó ante la interrogante, complacido de llegar hasta aquél punto de su pequeño relato para su joven oyente—. Con la ayuda de un hechicero, encerró su cuerpo en un lecho de hielo, un hielo que no se derretiría ni con la ola cálida más intensa, y tan duro que ni el golpe más potente del mazo más pesado podría romperlo. Protegida con ese lecho helado entró en el Letargo, con la esperanza de que quizás su mente y su espíritu pudieran madurar para estar a la altura de su terrible don, y así poder esconderse de los videntes y oráculos que la buscaran.
“Su presencia es un mito entre las personas de allá fuera, su paradero inubicable, pero se sabe que está en algún lugar, soñando un sueño que la debe llevar más allá de los mundos que conocemos y protegida por un guardián eterno, que espera paciente el día en que el suplicio de esta dama acabe.
"He oído a muchos preguntarse dónde están y qué le dirían, muchos tienen preguntas que quizás sea mejor no oír su respuesta, muchos más tienen preguntas vanas. Pero tú, si pudieras tenerla frente a ti, ¿qué le preguntarías?

lunes, 16 de septiembre de 2013

El cazador -Resurrección-

Sí, estoy rellenando con viejos escritos. En lo que salen nuevos, si me llega la inspiración, iré colgando los viejos capítulos (arreglados eso sí, dentro de lo que pude y consideré) de una vieja historia. 


Capítulo uno.-
Resurrección






Oscuridad, brumas, niebla, silencio… una terrible sensación de estar flotando en la nada invadía mis sentidos; me sentía como si cayera lentamente por un pozo estrecho. Quería moverme, gritar, salir de donde fuera que estuviera, pero no podía hacer nada, sólo luchaba contra una fuerza que me mantenía quieto y sin poder siquiera respirar. De esa manera, la desesperación me embargó pronto, y cuando creía que no tenía escapatoria, sentí que algo me empujó hacia lo alto. Desperté gritando y jadeando con angustia; mis ojos se encandilaron con la luz del lugar, mientras escuchaba una bulla que se tornó insoportable de pronto, acompañada de un increíble dolor corporal.
Me levanté y me dispuse a ir a algún lugar donde la luz no dañara mis ojos; estaba asustado, no tenía idea de lo que ocurría; mi cuerpo temblaba y estaba desorientado. Sabía que algo terrible había pasado, pero no tenía idea de qué era. Intentaba recordar lo acontecido antes de caer inconsciente, pero todo era nada, no sabía nada, no entendía nada.
—Calma, muchacho —me dijo una voz grave detrás de mí—, estás a salvo.
Miré a todos lados; junto a mí había un hombre que me miraba sorprendido, como si esperara que hiciese algo.
—¿Qué pasó? —fue mi reacción, aún tembloroso y desorientado.
—Hubo una masacre —me dijo el hombre—, el pueblo entero fue arrasado por saqueadores —informó. Sus palabras, pese a ser claras, me confundieron en un principio.
—No… no… comprendo… no recuerdo... ¿Cómo sobreviví?—balbuceé en cuanto acabé de entender.
—La verdad, no lo hiciste —suspiró con una expresión que evidenciaba malas noticias, pero lo dicho me resultó aún más incomprensible—, moriste y yo te resucité.
—¿Qué? —pregunté sin dar crédito alguno a las palabras del hombre. Mi cabeza dio un vuelco. La muerte... un estado que no se puede revertir, ¿cómo creer en lo que él decía?—. Imposible.
—Sé que es difícil de creer, pero tú fuiste el único cuerpo en buen estado que encontré, e hice lo que debía hacer —Hablaba con tal seriedad, que de pronto me pareció demasiado posible lo que sostenía—: Darle una nueva oportunidad a quien ha muerto antes y de forma injusta. Soy un sacerdote de Harem y he venido junto algunos soldados del reino a investigar este asunto. Mi nombre es Arlath.
Arlath me ayudó a levantarme; observé que mis ropas estaban ensangrentadas y rasgadas, levanté mi camisa y, sin esperarlo en absoluto, me encontré en mi abdomen una herida ya seca y cerrada. De pronto, la imagen de un hombre blandiendo su espada contra mí, llegó a mi mente; por un segundo vi, oí y hasta olí el momento de mi muerte; el acero frío y sucio que abrió mi carne hasta las entrañas. Di un sobresalto mientras la visión se desvaneció; intenté rememorar algo más, pero nada.
—¿Por qué no recuerdo nada? — pregunté desesperado.
—Cruzaste la senda de la muerte por al menos tres horas, supongo que en el proceso ya olvidaste tu vida reciente —Lo que decía de pronto ya no se escuchaba tan descabellado como hacia unos minutos—. Te llevaremos a la ciudad de Ashar para darte ropas nuevas, un nombre, un lugar en donde te puedas quedar y un trabajo. Comenzarás desde cero, será difícil, pero es lo menos que podemos hacer por los desafortunados —fueron sus palabras en tono bondadoso y tranquilizador; pero que no disminuía lo inesperado de ellas.
Salimos de las ruinas de la casa en donde estaba; mis piernas temblaban al caminar. El panorama de la aldea no era mejor que el que pude juzgar dentro de la casa: Todo era ruinas y cenizas, había cadáveres mutilados y quemados por donde pasaba la vista. Las casas de alrededor estaban en completa destrucción y no parecía haber sobreviviente alguno, ni algo que pudiera ser útil. Había soldados que iban de aquí para allá cargando cuerpos y tirándolos en fosas donde estarían sus sepulturas, uno de ellos se acercó a mí y me preguntó:
—¿Resucitado?—asentí con la cabeza automáticamente; sin caer en cuenta de lo disparatado que sonaba aquella pregunta.
—Sígueme, te llevaremos a la ciudad.
El soldado me condujo por la calle principal de la aldea y me dejó junto a una carreta, allí, al lado de dos niños enfundados en harapos y de apariencia sucia; al parecer habían logrado sobrevivir a la masacre, pues sorprendente no se veía en ellos rasguño alguno.
—¿Tienen idea de lo que sucedió?—pregunté tragando saliva pesadamente.
—Unos bandidos vinieron y lo destruyeron todo —me dijo el mayor de ellos con expresión nostálgica—; nuestra madre nos escondió, pero no pudo esconderse con nosotros.
—Lo lamento —les dije apesadumbrado—. ¿Ustedes saben quién soy yo? —pregunté luego de una pausa indudablemente incómoda.
—Nadie en el pueblo te conocía, eras recién llegado —me contestó el niño.
Me sentí un poco frustrado al no obtener respuesta, sin embargo me dio algo de lástima por los niños al percatarme de que habían quedado completamente desamparados.
—¿Tienen quién les ayude?—inquirí.
—Estos niños serán educados en la Casa de Rigel, Señor de las Espadas como sirvientes, y después se harán soldados del reino —me respondió el soldado que me trasladó a la carreta, quien había vuelto a aparecer súbitamente sólo para informar que era hora de marcharse ya que no había nada más que rescatar.
El ambiente de repente se había tornado muy calmado. Demasiado.
Un estruendo no muy lejano sacudió la tierra repentinamente; seguido de ello, se escucharon gritos de soldados, algunos de pánico, otros de guerra y, algunos más, de dolor. Dentro de mí surgió una clase de instinto que me incitaba a investigar. Corrí mirando a mi alrededor, sin esperar encontrarme con una criatura horrorosa que atacaba a los soldados.
—¡No! ¡Arlath! —grité al ver como el hombre que me devolvió a la vida era devorado…

domingo, 15 de septiembre de 2013

La Caída de Solit -La verdad-

Eones, señores, ya me olvidaba de este blog. Pero no de escribir. Esta es la continuación del cuento de corte Steampunk,  acá veremos a un nuevo personaje, cosa que ya se veía venir. En fin, enjoy, si pillan esto, claro.
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De la figura más lejana logró divisar que alzaba su brazo derecho, y como si un ademán autoritario se tratase, cerró el puño. De inmediato las llamas se extinguieron y dieron paso a una humareda densa y oscura que ascendió por la boca de la cueva. Pronto se llevaron a los militares de alto rango y accionaron una sirena cercana a los alrededores para anunciar la alerta. Nunca antes había sucedido algo así. Pax estaba confundido y paralizado mientras observaba cómo los rasos rodeaban la cueva de forma estratégica para enfrentar a los intrusos. Estaban perdidos, no eran personas normales las que violaron el portal. Eran magos.
El bullicio de la sirena terminó por apartar a los obreros, pero Pax siguió allí, esperando a que algo ocurriese, pero por varios minutos nada ocurrió.
—¡Saquen al Ingeniero de aquí! —ordenó alguien, y en seguida un par de soldados intentaron llevárselo a rastras.
—¡No pueden echarme! —reaccionó él empujando a los hombres con fuerza desmedida, tirándolos al suelo— Soy responsable de lo que pase aquí… —uno de los soldados alzó la culata de su rifle y lo golpeó con fuerza en la mandíbula, de tal forma que sintió en su boca sangre fluir y una muela desprendida.
El dolor fue abrumador y lo mareó, los hombres aprovecharon ello para alejarlo de la entrada, para posicionarse alrededor de ésta y esperar un poco a que el humo se despejara. Por unos minutos nada sucedió, posiblemente era que los intrusos habían desfallecido por el humo, pues no escucharon sonido alguno desde que las llamas se extinguieron. Pax, tendido boca abajo sobre el suelo y con la punta de un rifle sobre su espalda, cerca de un hombro. Escupía sangre cada tanto y procuraba mantener la pieza dental en su boca para no perderla.
No podía ver nada desde su posición, pero el repentino silencio le indicó que algo iba a pasar, podía percibir una ansiedad general en el ambiente. Oyó voces de órdenes de sumisión infructuosas, oyó que algunos decían que los invasores pudieron ahogarse con el humo, y posteriormente oyó como alguien ordenaba a que un grupo entrara a verificar. Por un par de minutos hubo la sensación general de que así era, pero el sonido de un disparo alteró a todo el mundo y el movimiento empezó frenéticamente. Todo fue un alboroto hasta que algo los frenó, una fuerza los empujó a todos y varios cayeron al suelo, cinco hombres aplastaron a Pax, dejándolo sin espacio para respirar y abrir la boca, pronto la sangre allí se estaba acumulando hasta la garganta. Ante la desesperación y con una fuerza descomunal, logró levantarse y apoyarse sobre sus brazos mientras los soldados se incorporaban. Vomitó sangre y perdió la muela, se levantó tambaleante y tosiendo con fuerza mientras intentaba ver lo que sucedía frente a decenas de cascos grises y verdes y boinas marrones. El mareo le impedía orientarse y permanecer de pie, agarrándose del más próximo a él. Una segunda oleada de fuerza invisible sacudió la entrada y al gentío de militares que atiborraban el lugar, y lanzando contra ellos a quienes habían entrado al agujero humeante, seguido de un destello que abrazó el humo, como si un rayo hubiera surgido allí dentro.
Ya todos sabían que no se trataba de un efecto colateral de la explosión del portal. Fue en ese momento en que todos se dieron cuenta de que se estaban enfrentando a algo más allá de lo que podían entender o imaginar. Pero, ¿por qué estaban allí? Será tal vez por el mineral…
En ese momento los sentidos de Pax se pusieron alerta y se incorporó totalmente, mientras que un mar de preguntas lo embargaban por dentro. Una sensación poco grata se ramificó en su ser, la idea de haber estado haciendo algo terrible se instaló en su cabeza. Nunca pensó en las consecuencias de sus actos, nunca quiso llegar a la conclusión de que este momento algún día pasaría, ¿a qué cosa había condenado esta vez a la ya tan herida nación de Solit?
La tierra comenzó a sacudirse con paulatina violencia y una grieta se abrió paso desde el interior, haciendo que muchos se dispersaran por el perímetro, temiendo que un alud llegara. La grieta se detuvo abruptamente justo delante de los pies de Pax. Al tiempo que el humo mermaba un poco, una figura surgió de la boca. Era un hombre de estatura mediana, que vestía una túnica marrón cubierta de ceniza, al igual que la cabeza de éste y su cara. Sostenía un largo cayado torcido en la punta. No parecía verse afectado en lo más mínimo por el humo.
Algunos soldados, recordando el protocolo para situaciones así, apuntaron sus armas para advertir al mago de quedarse en donde estaba.
—Invasor —desafió un cabo, con voz insegura—. Has… osado entrar sin permiso previo a la nación de Solit. Se-se te tomará prisionero por…
Un ligero golpe en el suelo con el extremo inferior del cayado bastó para que la tierra se volviera estremecer y de ella surgiera un ente antropomorfo hecho de roca, callando al soldado de inmediato y haciendo dudar al resto sobre su postura en el momento.
Tish… —soltó el hombre— ¿Dónde está… —habló en un acento extraño y poco fluido, marcando de forma extraña algunas consonantes— el responsable de esta atrocidad?
Había muchos, pero solo uno de ellos permanecía allí. Como si todos intuyeran el significado de las palabras del mago, las cabezas se giraron al hombre con la cara y las ropas ensangrentadas, delatándolo inmediatamente. El mago lo miró directo a los ojos y luego lo escrutó con la mirada, como reconociéndolo, a pesar de que estaba seguro, jamás se habían visto. La presencia del mago era intimidante, aunque su semblante era tranquilo, se percibía que de él manaba un poder inimaginable, que hacía que nadie quisiera actuar temerariamente.
—Paxton Von Strass—pronunció el mago claramente con severidad.
Pax sintió un hueco en el estómago al oír su nombre. Pero justo en el momento en que el mago se dispuso a avanzar, un subordinado de la milicia reaccionó y disparó certeramente en su pecho, justo en el corazón, siendo atravesado por la bala de lado a lado. Un golpe certero y mortal, que hizo al mago arrodillarse.
—¡Solit no caerá! —vociferó el soldado, al tiempo en que se disponía a disparar de nuevo.
Instantes después, nadie podía creer lo que veía: el mago retrocedió varios pasos, pero jamás cayó y pese al sangrado permaneció firme, como si solo hubiera sentido un piquete. El acto desesperado solo provocó que el ente que el mago invocó de la tierra reaccionara y atacó brutalmente al agresor. Entonces la histeria absoluta se desató, el mago usó su poder para defenderse y abrirse paso para ir directo a Pax.
Un raso lo empujó hacia atrás para que este reaccionara y huyera.
—¡Sal de aquí, idiota! —ordenó— Primero serás tú, luego Solit entera.
Tenía razón. De alguna manera el mago sabía quién era él y posiblemente sabía mucho más, y si él caía, probablemente nadie más podría reconstruir la máquina, dejando a la deriva a los mejores soldados de la nación y sin medios para seguir consiguiendo el mineral que tanto codiciaba el gobierno. Tal vez debía huir, pero cayó en la cuenta que era demasiado, ya era suficiente y había de poner freno a la codicia devoradora del gobierno de Solit.
—No —replicó categórico. El joven raso lo miró perplejo. Pax lo ignoró y alzó los brazos— ¡Aquí estoy! —vociferó, llamando al mago— ¡Aquí me tienes, te enfrentaré!
Entre los disparos inútiles, los gritos de miedo, los destellos de luz y las sacudidas, notó que el mago lo escuchó. Tardó todo apenas unos segundos, en los que del cayado del mago manó una luz blanca que encegueció a todos. Un zumbido retumbó en la cabeza del Ingeniero, aturdiéndolo y anulando su sentido del oído y orientación. De pronto sus piernas dejaron de sentirse firmes y se sintió caer, pero su cuerpo no colisionaba con el suelo. Por desespero, Pax intentó agarrarse de algo, pero extrañamente no había nada a su alrededor, todo había desaparecido, como si estuviera oscilando en la nada misma.
No supo cuanto tiempo pasó, pero de pronto se encontraba de nuevo arrodillado sobre suelo firme, aún sin oír ni ver nada… a razón tal vez de que solo había quietud.
Sus ojos recuperaron la visión de forma paulatina y pudo notar que estaban lejos de Vellissim, en un páramo desierto, donde solo se veían algunos edificios en ruinas, árboles secos o talados, tierra seca, basura y los restos de una estatua en medio de lo que parecía una pequeña plaza de armas. La localidad era una de las tantas que habían caído bajo la sombra del la milicia, pero Pax se preguntó cómo fue que llegó ahí. Miró a su alrededor para divisar a alguien, al completar la vuelta el mago que preguntó por él estaba ahí parado, junto a la estatua en ruinas. Pudo notar la mancha oscura de la sangre que había fluido momentos antes, ya parecía seca y era lo suficientemente grande como para notar que ningún hombre habría sobrevivido a ella.
Se miraron por un momento. Pax se mostraba pasmado, esperando a alguna acción por parte del mago.
—¿Qué quieres de mí? —debió preguntar ante la postura estoica del hombre.
Por encima de todo, Pax sentía una curiosidad tremenda. De haber sido otras las circunstancias, hubieran sido otras preguntas las que hubiera hecho.
—Fuiste tú quien ha permitido que se cometan crímenes horrendos en nombre de la ambición de unos pocos —acusó con tono serio.
—¿Por qué…?
—¿Sabes siquiera lo que has provocado? Esto va más allá de tu gente y tu mundo —Pax se mostró perplejo ante las palabras—. No tienes idea alguna.
—¿Qué intentas decir? Ve al grano, ¿quién eres tú y por qué estás aquí? ¿Cómo es que sabes tanto? Eh… ¿y el otro mago?
—Entonces no sabes nada… el otro hombre tiene su propio camino, nunca antes lo había visto.
"Soy un Inmortal, tengo unos mil treinta años… creo. Por eso ese proyectil no me mató. En mi interior hay una fuente inagotable de energía. Y no soy el único inmortal que existe.
Las palabras que hiló el mago fueron suficientes para enlazar los cabos sueltos. Era lógico, por fin lo sabía, por fin lo entendía.
—Entonces… —se llevó los dedos a las sienes y bajó la vista a los pies— ¿de cuántos crímenes soy cómplice?



miércoles, 16 de enero de 2013

La nodriza.

Segundo capítulo de Nacida Maldita. La historia sigue los pasos de una extraña niña con un poder que algunas personas creen muy oscuro. Enjoy [espero]

La nodriza.



 La tarde primaveral se iba tornando fresca a medida que el sol se ocultaba tras el horizonte de bosques y campo abierto. Adane observaba a sus hijos jugar con la hija de Marod, los niños, idénticos entre sí, siempre gustaban de jugar con la pequeña a suplantarse entre ellos, intentando hace que ésta los confundiera, ya sea cambiando sus ropas, dando vueltas a su alrededor o escondiéndose.
—Yo soy Pod —le decía uno.
—Y yo soy Hod —afirmaba el otro.
La niña, que mientras ellos intentaban confundirla hacía dibujos en la tierra con una rama, alzó la vista y sonrió con timidez, negando con la cabeza. Los niños, vencidos otra vez, rieron y negaron que ella haya acertado.
—No —insistió ella en un hilo de voz—, tu rodilla te duele, Hod —tocó con suavidad la rodilla izquierda de quien se hizo llamar Pod, éste se quejó ligeramente y frunció la boca—. Ama Adane no confunde a sus hijos, fue Hod quien se cayó.
Adane era llamada así por la niña al ser el ama de crianza de ésta, cuando su madre murió enferma y débil, Marod hizo que ella prestara de su leche para que la pequeña no muriera de hambre. Para entonces Fana ya le había advertido sobre algo oscuro que cargaba la criatura, a las pocas semanas encontró su razón y siguió su consejo: cada tres noches bebía infusión de la flor negra, que dormiría a la niña hasta robarse su respiración, para así prevenir los males que podría traer al pueblo. La niña nunca sufrió efecto alguno. Y conforme crecía su miedo fue creciendo, pues nunca antes había visto a criatura tan inquietante, su mirar parecía ver en el interior de la gente, a veces la encontraba hablando sola y miraba lugares en los que aparentemente no había nada. Fana le explicó que la pequeña no pertenecía a este mundo que fue traída del mundo de los muertos para traer la desgracia, cobrando las vidas ajenas para alimentar la suya, ya lo había hecho con la desafortunada madre hacía seis años.
Un escalofrío la recorrió cuando pensó en lo que podría hacerle a sus hijos. Por ella, que la cría estuviera encerrada, o que la flor negra hubiera hecho efecto en su leche, o que simplemente la mantuvieran alejada de sus hijos, así estaría tranquila, durmiendo en paz. Sin embargo algo firme le impedía alejar a la oscura niña de sus retoños, era la sangre, la misma sangre que corría por las venas de ella, corría por las de sus hijos. Un secreto a voces, pero al fin y al cabo era un secreto, Marod era el padre de ellos tres, y al darles techo, comida y protección, tenían que estar cerca de su hermana.
Los niños, aburridos y resignados de las certeras respuestas de la niña, se acercaron a ella para ver los dibujos en la tierra que había hecho, se quedaron conversando sobre ellos animadamente y terminaron uniéndose al juego. No parecía nada extraño, pero a Adane le inquietó algo: la niña, de vez en cuando miraba fijamente en su dirección y luego se concentraba en dibujar nuevamente. Le intrigó lo que estuviera haciendo y decidió acercarse.
 —¿Qué hacen tanto aquí? —preguntó con voz seca, asomándose entre las cabezas rubias y castañas de los niños. Los tres se apartaron, dejando ver los varios dibujos que hicieron: figuras de todo tipo, la luna, el sol, flores, casas, perros… lo inquietante eran las figuras de hombres, aunque algo inteligibles, se podían ver que algunos vestían túnicas y llevaban espadas. Vio la figura de una mujer sentada en una mecedora con uno de ellos a sus espaldas, a pesar de lo infantil del dibujo se podía distinguir bien— ¿Quién dibujó eso? — inquirió, casi sabiendo la respuesta.
—Yo he sido —contestó la fina voz de la cría casi en un susurro—, ésa eres tú con los Viajeros, que se llevan a los que ya no son de aquí.
 —¿Hay Viajeros por aquí? —preguntó Hod.
—Los hay en todos lados…
Sus hijos hicieron comentarios eufóricos, siguiendo un juego que no era, inconscientes de las verdades que la niña estaba diciendo.
—Hod, Pod. Adentro —ordenó con tono severo, los niños obedecieron con repentina seriedad, casi con el miedo que precede a un fuerte cambio de humor de Adane, que los hacía sentir culpables— ¿Quiénes son…?
—Oh, no les gusta que hable de ellos —se le adelantó—… Están por aquí, aunque se esconden, dicen que no deberíamos verlos. Le pregunté aún así a uno de ellos quién se llevarán, porque siempre que vienen se llevan a alguien, y me dijo que en tres días, se lo llevarán en tres días… su nombre es un secreto.
Luego de eso guardó silencio, ensimismada mirando a la mecedora junto a la casona.
—Ya… basta de juegos…
La niña, sin dejar de mirar la mecedora, obedeció antes de que Adane terminara su orden de entrar a la casa. La mujer quedó sola, mirando la mecedora, preocupada.
La noche estaba reinada por el viento frío, como si recordara a la gente que el invierno no había abandonado del todo al pueblo. El ir y venir de los pocos habitantes que del pueblo se mermaba hasta dejar las anchas tierras casi desiertas. Adane caminaba presurosa hasta el otro lado del pueblo, envuelta en un grueso chal de lana para protegerse del viento. Si tenía suerte podría ver el humo saliendo por la chimenea de la vieja cabaña de Fana, lo que decía que estaba despierta. Alzó la vista hacia delante para ver el techo de la apartada casa, y allí estaba, ascendiendo rápidamente, perdiendo el gris a medida que se camuflaba con el viento. Solo esperaba que no hubiera nadie más que la vieja curandera.
Golpeó la puerta nerviosamente y esperó a que ésta se abriera. El rostro arrugado y manchado de la meiga se le presentó en cuanto la puerta dejó abierto el umbral. Los ojos oscuros estudiaron la expresión de Adane por unos segundos, en los que ambas se refirieron al meollo del asunto, en un lenguaje casi imperceptible llevado a cabo por miradas cómplices y sombrías y pequeñas gesticulaciones faciales. El rostro pasmado de Adane le dijo lo suficiente.
La hizo pasar y avanzaron al interior de la cabaña, el denso olor a hierbas secas llegó a la nariz de la mujer. Un olor casi tranquilizador para ella, sumado al calor de la hoguera, resultaba una sensación que apaciguaba gran parte de sus nervios, aunque no olvidó el motivo por el cual se encontraba allí, pero gracias al ambiente se encontraba lo suficientemente calmada para hablar largo y tendido con Fana. Se sentaron en la mesa de roble que llenaba buena parte de la estancia.
—¿Qué hizo? — preguntó la vieja curandera sin rodeos, como de costumbre.
—Anunció tragedia —fue la respuesta de la nodriza—. Está trayendo la desgracia…
—¿Qué dijo?
—Habló sobre unos viajeros, que se llevarán a alguien en tres días… y creo que soy yo —sus últimas palabras sonaron sombrías y cargadas de desesperanza— . Me miraba con esos ojos, con ese brillo inquietante, me dibujó en la tierra junto a esos seres asesinos.
Fana se levantó de un brinco, intranquila.
—Cuando esa cría nació ocurrió algo que jamás vi en mi vida —le contó. Era primera vez que se refería directamente a su nacimiento, nunca lo hizo, aunque hablara de la niña, evitaba hablar de lo que ocurrió en la habitación la noche en que nació— … Rela me dijo que ella vivirá, y hasta ahora sigo sin entender qué quiso decir… Pero ocurrió algo, las última fuerzas de Rela se fueron para echarla al mundo, aunque no fue suficiente…
Según Adane entendía, Rela murió después de dar a luz.
 —¿Qué…? —inquirió desconcertada, sin poder terminar la pregunta.
—La cría quedó atrapada entre las piernas de su madre cuando ésta pujó por última vez y cayó muerta, pude verlo en sus ojos perdidos en el lugar. Pasó una hora antes de que pudiera sacarla… fue horrible —un aire perturbado embargó la expresión antes sombría y centrada de Fana—. Y era imposible que un bebé pudiera permanecer vivo a medio camino de nacer, atrapado por tanto tiempo… pero ella lo hizo, al salir, su llanto se oyó, vivía y respiraba.
No había que agregar más. Ella nació de la muerte, estaba destinada a estar entre ellos, pero vivió. Y seguía viva después de los intentos por devolverla a donde pertenece.