miércoles, 16 de enero de 2013

La nodriza.

Segundo capítulo de Nacida Maldita. La historia sigue los pasos de una extraña niña con un poder que algunas personas creen muy oscuro. Enjoy [espero]

La nodriza.



 La tarde primaveral se iba tornando fresca a medida que el sol se ocultaba tras el horizonte de bosques y campo abierto. Adane observaba a sus hijos jugar con la hija de Marod, los niños, idénticos entre sí, siempre gustaban de jugar con la pequeña a suplantarse entre ellos, intentando hace que ésta los confundiera, ya sea cambiando sus ropas, dando vueltas a su alrededor o escondiéndose.
—Yo soy Pod —le decía uno.
—Y yo soy Hod —afirmaba el otro.
La niña, que mientras ellos intentaban confundirla hacía dibujos en la tierra con una rama, alzó la vista y sonrió con timidez, negando con la cabeza. Los niños, vencidos otra vez, rieron y negaron que ella haya acertado.
—No —insistió ella en un hilo de voz—, tu rodilla te duele, Hod —tocó con suavidad la rodilla izquierda de quien se hizo llamar Pod, éste se quejó ligeramente y frunció la boca—. Ama Adane no confunde a sus hijos, fue Hod quien se cayó.
Adane era llamada así por la niña al ser el ama de crianza de ésta, cuando su madre murió enferma y débil, Marod hizo que ella prestara de su leche para que la pequeña no muriera de hambre. Para entonces Fana ya le había advertido sobre algo oscuro que cargaba la criatura, a las pocas semanas encontró su razón y siguió su consejo: cada tres noches bebía infusión de la flor negra, que dormiría a la niña hasta robarse su respiración, para así prevenir los males que podría traer al pueblo. La niña nunca sufrió efecto alguno. Y conforme crecía su miedo fue creciendo, pues nunca antes había visto a criatura tan inquietante, su mirar parecía ver en el interior de la gente, a veces la encontraba hablando sola y miraba lugares en los que aparentemente no había nada. Fana le explicó que la pequeña no pertenecía a este mundo que fue traída del mundo de los muertos para traer la desgracia, cobrando las vidas ajenas para alimentar la suya, ya lo había hecho con la desafortunada madre hacía seis años.
Un escalofrío la recorrió cuando pensó en lo que podría hacerle a sus hijos. Por ella, que la cría estuviera encerrada, o que la flor negra hubiera hecho efecto en su leche, o que simplemente la mantuvieran alejada de sus hijos, así estaría tranquila, durmiendo en paz. Sin embargo algo firme le impedía alejar a la oscura niña de sus retoños, era la sangre, la misma sangre que corría por las venas de ella, corría por las de sus hijos. Un secreto a voces, pero al fin y al cabo era un secreto, Marod era el padre de ellos tres, y al darles techo, comida y protección, tenían que estar cerca de su hermana.
Los niños, aburridos y resignados de las certeras respuestas de la niña, se acercaron a ella para ver los dibujos en la tierra que había hecho, se quedaron conversando sobre ellos animadamente y terminaron uniéndose al juego. No parecía nada extraño, pero a Adane le inquietó algo: la niña, de vez en cuando miraba fijamente en su dirección y luego se concentraba en dibujar nuevamente. Le intrigó lo que estuviera haciendo y decidió acercarse.
 —¿Qué hacen tanto aquí? —preguntó con voz seca, asomándose entre las cabezas rubias y castañas de los niños. Los tres se apartaron, dejando ver los varios dibujos que hicieron: figuras de todo tipo, la luna, el sol, flores, casas, perros… lo inquietante eran las figuras de hombres, aunque algo inteligibles, se podían ver que algunos vestían túnicas y llevaban espadas. Vio la figura de una mujer sentada en una mecedora con uno de ellos a sus espaldas, a pesar de lo infantil del dibujo se podía distinguir bien— ¿Quién dibujó eso? — inquirió, casi sabiendo la respuesta.
—Yo he sido —contestó la fina voz de la cría casi en un susurro—, ésa eres tú con los Viajeros, que se llevan a los que ya no son de aquí.
 —¿Hay Viajeros por aquí? —preguntó Hod.
—Los hay en todos lados…
Sus hijos hicieron comentarios eufóricos, siguiendo un juego que no era, inconscientes de las verdades que la niña estaba diciendo.
—Hod, Pod. Adentro —ordenó con tono severo, los niños obedecieron con repentina seriedad, casi con el miedo que precede a un fuerte cambio de humor de Adane, que los hacía sentir culpables— ¿Quiénes son…?
—Oh, no les gusta que hable de ellos —se le adelantó—… Están por aquí, aunque se esconden, dicen que no deberíamos verlos. Le pregunté aún así a uno de ellos quién se llevarán, porque siempre que vienen se llevan a alguien, y me dijo que en tres días, se lo llevarán en tres días… su nombre es un secreto.
Luego de eso guardó silencio, ensimismada mirando a la mecedora junto a la casona.
—Ya… basta de juegos…
La niña, sin dejar de mirar la mecedora, obedeció antes de que Adane terminara su orden de entrar a la casa. La mujer quedó sola, mirando la mecedora, preocupada.
La noche estaba reinada por el viento frío, como si recordara a la gente que el invierno no había abandonado del todo al pueblo. El ir y venir de los pocos habitantes que del pueblo se mermaba hasta dejar las anchas tierras casi desiertas. Adane caminaba presurosa hasta el otro lado del pueblo, envuelta en un grueso chal de lana para protegerse del viento. Si tenía suerte podría ver el humo saliendo por la chimenea de la vieja cabaña de Fana, lo que decía que estaba despierta. Alzó la vista hacia delante para ver el techo de la apartada casa, y allí estaba, ascendiendo rápidamente, perdiendo el gris a medida que se camuflaba con el viento. Solo esperaba que no hubiera nadie más que la vieja curandera.
Golpeó la puerta nerviosamente y esperó a que ésta se abriera. El rostro arrugado y manchado de la meiga se le presentó en cuanto la puerta dejó abierto el umbral. Los ojos oscuros estudiaron la expresión de Adane por unos segundos, en los que ambas se refirieron al meollo del asunto, en un lenguaje casi imperceptible llevado a cabo por miradas cómplices y sombrías y pequeñas gesticulaciones faciales. El rostro pasmado de Adane le dijo lo suficiente.
La hizo pasar y avanzaron al interior de la cabaña, el denso olor a hierbas secas llegó a la nariz de la mujer. Un olor casi tranquilizador para ella, sumado al calor de la hoguera, resultaba una sensación que apaciguaba gran parte de sus nervios, aunque no olvidó el motivo por el cual se encontraba allí, pero gracias al ambiente se encontraba lo suficientemente calmada para hablar largo y tendido con Fana. Se sentaron en la mesa de roble que llenaba buena parte de la estancia.
—¿Qué hizo? — preguntó la vieja curandera sin rodeos, como de costumbre.
—Anunció tragedia —fue la respuesta de la nodriza—. Está trayendo la desgracia…
—¿Qué dijo?
—Habló sobre unos viajeros, que se llevarán a alguien en tres días… y creo que soy yo —sus últimas palabras sonaron sombrías y cargadas de desesperanza— . Me miraba con esos ojos, con ese brillo inquietante, me dibujó en la tierra junto a esos seres asesinos.
Fana se levantó de un brinco, intranquila.
—Cuando esa cría nació ocurrió algo que jamás vi en mi vida —le contó. Era primera vez que se refería directamente a su nacimiento, nunca lo hizo, aunque hablara de la niña, evitaba hablar de lo que ocurrió en la habitación la noche en que nació— … Rela me dijo que ella vivirá, y hasta ahora sigo sin entender qué quiso decir… Pero ocurrió algo, las última fuerzas de Rela se fueron para echarla al mundo, aunque no fue suficiente…
Según Adane entendía, Rela murió después de dar a luz.
 —¿Qué…? —inquirió desconcertada, sin poder terminar la pregunta.
—La cría quedó atrapada entre las piernas de su madre cuando ésta pujó por última vez y cayó muerta, pude verlo en sus ojos perdidos en el lugar. Pasó una hora antes de que pudiera sacarla… fue horrible —un aire perturbado embargó la expresión antes sombría y centrada de Fana—. Y era imposible que un bebé pudiera permanecer vivo a medio camino de nacer, atrapado por tanto tiempo… pero ella lo hizo, al salir, su llanto se oyó, vivía y respiraba.
No había que agregar más. Ella nació de la muerte, estaba destinada a estar entre ellos, pero vivió. Y seguía viva después de los intentos por devolverla a donde pertenece.

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