domingo, 15 de septiembre de 2013

La Caída de Solit -La verdad-

Eones, señores, ya me olvidaba de este blog. Pero no de escribir. Esta es la continuación del cuento de corte Steampunk,  acá veremos a un nuevo personaje, cosa que ya se veía venir. En fin, enjoy, si pillan esto, claro.
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De la figura más lejana logró divisar que alzaba su brazo derecho, y como si un ademán autoritario se tratase, cerró el puño. De inmediato las llamas se extinguieron y dieron paso a una humareda densa y oscura que ascendió por la boca de la cueva. Pronto se llevaron a los militares de alto rango y accionaron una sirena cercana a los alrededores para anunciar la alerta. Nunca antes había sucedido algo así. Pax estaba confundido y paralizado mientras observaba cómo los rasos rodeaban la cueva de forma estratégica para enfrentar a los intrusos. Estaban perdidos, no eran personas normales las que violaron el portal. Eran magos.
El bullicio de la sirena terminó por apartar a los obreros, pero Pax siguió allí, esperando a que algo ocurriese, pero por varios minutos nada ocurrió.
—¡Saquen al Ingeniero de aquí! —ordenó alguien, y en seguida un par de soldados intentaron llevárselo a rastras.
—¡No pueden echarme! —reaccionó él empujando a los hombres con fuerza desmedida, tirándolos al suelo— Soy responsable de lo que pase aquí… —uno de los soldados alzó la culata de su rifle y lo golpeó con fuerza en la mandíbula, de tal forma que sintió en su boca sangre fluir y una muela desprendida.
El dolor fue abrumador y lo mareó, los hombres aprovecharon ello para alejarlo de la entrada, para posicionarse alrededor de ésta y esperar un poco a que el humo se despejara. Por unos minutos nada sucedió, posiblemente era que los intrusos habían desfallecido por el humo, pues no escucharon sonido alguno desde que las llamas se extinguieron. Pax, tendido boca abajo sobre el suelo y con la punta de un rifle sobre su espalda, cerca de un hombro. Escupía sangre cada tanto y procuraba mantener la pieza dental en su boca para no perderla.
No podía ver nada desde su posición, pero el repentino silencio le indicó que algo iba a pasar, podía percibir una ansiedad general en el ambiente. Oyó voces de órdenes de sumisión infructuosas, oyó que algunos decían que los invasores pudieron ahogarse con el humo, y posteriormente oyó como alguien ordenaba a que un grupo entrara a verificar. Por un par de minutos hubo la sensación general de que así era, pero el sonido de un disparo alteró a todo el mundo y el movimiento empezó frenéticamente. Todo fue un alboroto hasta que algo los frenó, una fuerza los empujó a todos y varios cayeron al suelo, cinco hombres aplastaron a Pax, dejándolo sin espacio para respirar y abrir la boca, pronto la sangre allí se estaba acumulando hasta la garganta. Ante la desesperación y con una fuerza descomunal, logró levantarse y apoyarse sobre sus brazos mientras los soldados se incorporaban. Vomitó sangre y perdió la muela, se levantó tambaleante y tosiendo con fuerza mientras intentaba ver lo que sucedía frente a decenas de cascos grises y verdes y boinas marrones. El mareo le impedía orientarse y permanecer de pie, agarrándose del más próximo a él. Una segunda oleada de fuerza invisible sacudió la entrada y al gentío de militares que atiborraban el lugar, y lanzando contra ellos a quienes habían entrado al agujero humeante, seguido de un destello que abrazó el humo, como si un rayo hubiera surgido allí dentro.
Ya todos sabían que no se trataba de un efecto colateral de la explosión del portal. Fue en ese momento en que todos se dieron cuenta de que se estaban enfrentando a algo más allá de lo que podían entender o imaginar. Pero, ¿por qué estaban allí? Será tal vez por el mineral…
En ese momento los sentidos de Pax se pusieron alerta y se incorporó totalmente, mientras que un mar de preguntas lo embargaban por dentro. Una sensación poco grata se ramificó en su ser, la idea de haber estado haciendo algo terrible se instaló en su cabeza. Nunca pensó en las consecuencias de sus actos, nunca quiso llegar a la conclusión de que este momento algún día pasaría, ¿a qué cosa había condenado esta vez a la ya tan herida nación de Solit?
La tierra comenzó a sacudirse con paulatina violencia y una grieta se abrió paso desde el interior, haciendo que muchos se dispersaran por el perímetro, temiendo que un alud llegara. La grieta se detuvo abruptamente justo delante de los pies de Pax. Al tiempo que el humo mermaba un poco, una figura surgió de la boca. Era un hombre de estatura mediana, que vestía una túnica marrón cubierta de ceniza, al igual que la cabeza de éste y su cara. Sostenía un largo cayado torcido en la punta. No parecía verse afectado en lo más mínimo por el humo.
Algunos soldados, recordando el protocolo para situaciones así, apuntaron sus armas para advertir al mago de quedarse en donde estaba.
—Invasor —desafió un cabo, con voz insegura—. Has… osado entrar sin permiso previo a la nación de Solit. Se-se te tomará prisionero por…
Un ligero golpe en el suelo con el extremo inferior del cayado bastó para que la tierra se volviera estremecer y de ella surgiera un ente antropomorfo hecho de roca, callando al soldado de inmediato y haciendo dudar al resto sobre su postura en el momento.
Tish… —soltó el hombre— ¿Dónde está… —habló en un acento extraño y poco fluido, marcando de forma extraña algunas consonantes— el responsable de esta atrocidad?
Había muchos, pero solo uno de ellos permanecía allí. Como si todos intuyeran el significado de las palabras del mago, las cabezas se giraron al hombre con la cara y las ropas ensangrentadas, delatándolo inmediatamente. El mago lo miró directo a los ojos y luego lo escrutó con la mirada, como reconociéndolo, a pesar de que estaba seguro, jamás se habían visto. La presencia del mago era intimidante, aunque su semblante era tranquilo, se percibía que de él manaba un poder inimaginable, que hacía que nadie quisiera actuar temerariamente.
—Paxton Von Strass—pronunció el mago claramente con severidad.
Pax sintió un hueco en el estómago al oír su nombre. Pero justo en el momento en que el mago se dispuso a avanzar, un subordinado de la milicia reaccionó y disparó certeramente en su pecho, justo en el corazón, siendo atravesado por la bala de lado a lado. Un golpe certero y mortal, que hizo al mago arrodillarse.
—¡Solit no caerá! —vociferó el soldado, al tiempo en que se disponía a disparar de nuevo.
Instantes después, nadie podía creer lo que veía: el mago retrocedió varios pasos, pero jamás cayó y pese al sangrado permaneció firme, como si solo hubiera sentido un piquete. El acto desesperado solo provocó que el ente que el mago invocó de la tierra reaccionara y atacó brutalmente al agresor. Entonces la histeria absoluta se desató, el mago usó su poder para defenderse y abrirse paso para ir directo a Pax.
Un raso lo empujó hacia atrás para que este reaccionara y huyera.
—¡Sal de aquí, idiota! —ordenó— Primero serás tú, luego Solit entera.
Tenía razón. De alguna manera el mago sabía quién era él y posiblemente sabía mucho más, y si él caía, probablemente nadie más podría reconstruir la máquina, dejando a la deriva a los mejores soldados de la nación y sin medios para seguir consiguiendo el mineral que tanto codiciaba el gobierno. Tal vez debía huir, pero cayó en la cuenta que era demasiado, ya era suficiente y había de poner freno a la codicia devoradora del gobierno de Solit.
—No —replicó categórico. El joven raso lo miró perplejo. Pax lo ignoró y alzó los brazos— ¡Aquí estoy! —vociferó, llamando al mago— ¡Aquí me tienes, te enfrentaré!
Entre los disparos inútiles, los gritos de miedo, los destellos de luz y las sacudidas, notó que el mago lo escuchó. Tardó todo apenas unos segundos, en los que del cayado del mago manó una luz blanca que encegueció a todos. Un zumbido retumbó en la cabeza del Ingeniero, aturdiéndolo y anulando su sentido del oído y orientación. De pronto sus piernas dejaron de sentirse firmes y se sintió caer, pero su cuerpo no colisionaba con el suelo. Por desespero, Pax intentó agarrarse de algo, pero extrañamente no había nada a su alrededor, todo había desaparecido, como si estuviera oscilando en la nada misma.
No supo cuanto tiempo pasó, pero de pronto se encontraba de nuevo arrodillado sobre suelo firme, aún sin oír ni ver nada… a razón tal vez de que solo había quietud.
Sus ojos recuperaron la visión de forma paulatina y pudo notar que estaban lejos de Vellissim, en un páramo desierto, donde solo se veían algunos edificios en ruinas, árboles secos o talados, tierra seca, basura y los restos de una estatua en medio de lo que parecía una pequeña plaza de armas. La localidad era una de las tantas que habían caído bajo la sombra del la milicia, pero Pax se preguntó cómo fue que llegó ahí. Miró a su alrededor para divisar a alguien, al completar la vuelta el mago que preguntó por él estaba ahí parado, junto a la estatua en ruinas. Pudo notar la mancha oscura de la sangre que había fluido momentos antes, ya parecía seca y era lo suficientemente grande como para notar que ningún hombre habría sobrevivido a ella.
Se miraron por un momento. Pax se mostraba pasmado, esperando a alguna acción por parte del mago.
—¿Qué quieres de mí? —debió preguntar ante la postura estoica del hombre.
Por encima de todo, Pax sentía una curiosidad tremenda. De haber sido otras las circunstancias, hubieran sido otras preguntas las que hubiera hecho.
—Fuiste tú quien ha permitido que se cometan crímenes horrendos en nombre de la ambición de unos pocos —acusó con tono serio.
—¿Por qué…?
—¿Sabes siquiera lo que has provocado? Esto va más allá de tu gente y tu mundo —Pax se mostró perplejo ante las palabras—. No tienes idea alguna.
—¿Qué intentas decir? Ve al grano, ¿quién eres tú y por qué estás aquí? ¿Cómo es que sabes tanto? Eh… ¿y el otro mago?
—Entonces no sabes nada… el otro hombre tiene su propio camino, nunca antes lo había visto.
"Soy un Inmortal, tengo unos mil treinta años… creo. Por eso ese proyectil no me mató. En mi interior hay una fuente inagotable de energía. Y no soy el único inmortal que existe.
Las palabras que hiló el mago fueron suficientes para enlazar los cabos sueltos. Era lógico, por fin lo sabía, por fin lo entendía.
—Entonces… —se llevó los dedos a las sienes y bajó la vista a los pies— ¿de cuántos crímenes soy cómplice?



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