lunes, 16 de septiembre de 2013

El cazador -Resurrección-

Sí, estoy rellenando con viejos escritos. En lo que salen nuevos, si me llega la inspiración, iré colgando los viejos capítulos (arreglados eso sí, dentro de lo que pude y consideré) de una vieja historia. 


Capítulo uno.-
Resurrección






Oscuridad, brumas, niebla, silencio… una terrible sensación de estar flotando en la nada invadía mis sentidos; me sentía como si cayera lentamente por un pozo estrecho. Quería moverme, gritar, salir de donde fuera que estuviera, pero no podía hacer nada, sólo luchaba contra una fuerza que me mantenía quieto y sin poder siquiera respirar. De esa manera, la desesperación me embargó pronto, y cuando creía que no tenía escapatoria, sentí que algo me empujó hacia lo alto. Desperté gritando y jadeando con angustia; mis ojos se encandilaron con la luz del lugar, mientras escuchaba una bulla que se tornó insoportable de pronto, acompañada de un increíble dolor corporal.
Me levanté y me dispuse a ir a algún lugar donde la luz no dañara mis ojos; estaba asustado, no tenía idea de lo que ocurría; mi cuerpo temblaba y estaba desorientado. Sabía que algo terrible había pasado, pero no tenía idea de qué era. Intentaba recordar lo acontecido antes de caer inconsciente, pero todo era nada, no sabía nada, no entendía nada.
—Calma, muchacho —me dijo una voz grave detrás de mí—, estás a salvo.
Miré a todos lados; junto a mí había un hombre que me miraba sorprendido, como si esperara que hiciese algo.
—¿Qué pasó? —fue mi reacción, aún tembloroso y desorientado.
—Hubo una masacre —me dijo el hombre—, el pueblo entero fue arrasado por saqueadores —informó. Sus palabras, pese a ser claras, me confundieron en un principio.
—No… no… comprendo… no recuerdo... ¿Cómo sobreviví?—balbuceé en cuanto acabé de entender.
—La verdad, no lo hiciste —suspiró con una expresión que evidenciaba malas noticias, pero lo dicho me resultó aún más incomprensible—, moriste y yo te resucité.
—¿Qué? —pregunté sin dar crédito alguno a las palabras del hombre. Mi cabeza dio un vuelco. La muerte... un estado que no se puede revertir, ¿cómo creer en lo que él decía?—. Imposible.
—Sé que es difícil de creer, pero tú fuiste el único cuerpo en buen estado que encontré, e hice lo que debía hacer —Hablaba con tal seriedad, que de pronto me pareció demasiado posible lo que sostenía—: Darle una nueva oportunidad a quien ha muerto antes y de forma injusta. Soy un sacerdote de Harem y he venido junto algunos soldados del reino a investigar este asunto. Mi nombre es Arlath.
Arlath me ayudó a levantarme; observé que mis ropas estaban ensangrentadas y rasgadas, levanté mi camisa y, sin esperarlo en absoluto, me encontré en mi abdomen una herida ya seca y cerrada. De pronto, la imagen de un hombre blandiendo su espada contra mí, llegó a mi mente; por un segundo vi, oí y hasta olí el momento de mi muerte; el acero frío y sucio que abrió mi carne hasta las entrañas. Di un sobresalto mientras la visión se desvaneció; intenté rememorar algo más, pero nada.
—¿Por qué no recuerdo nada? — pregunté desesperado.
—Cruzaste la senda de la muerte por al menos tres horas, supongo que en el proceso ya olvidaste tu vida reciente —Lo que decía de pronto ya no se escuchaba tan descabellado como hacia unos minutos—. Te llevaremos a la ciudad de Ashar para darte ropas nuevas, un nombre, un lugar en donde te puedas quedar y un trabajo. Comenzarás desde cero, será difícil, pero es lo menos que podemos hacer por los desafortunados —fueron sus palabras en tono bondadoso y tranquilizador; pero que no disminuía lo inesperado de ellas.
Salimos de las ruinas de la casa en donde estaba; mis piernas temblaban al caminar. El panorama de la aldea no era mejor que el que pude juzgar dentro de la casa: Todo era ruinas y cenizas, había cadáveres mutilados y quemados por donde pasaba la vista. Las casas de alrededor estaban en completa destrucción y no parecía haber sobreviviente alguno, ni algo que pudiera ser útil. Había soldados que iban de aquí para allá cargando cuerpos y tirándolos en fosas donde estarían sus sepulturas, uno de ellos se acercó a mí y me preguntó:
—¿Resucitado?—asentí con la cabeza automáticamente; sin caer en cuenta de lo disparatado que sonaba aquella pregunta.
—Sígueme, te llevaremos a la ciudad.
El soldado me condujo por la calle principal de la aldea y me dejó junto a una carreta, allí, al lado de dos niños enfundados en harapos y de apariencia sucia; al parecer habían logrado sobrevivir a la masacre, pues sorprendente no se veía en ellos rasguño alguno.
—¿Tienen idea de lo que sucedió?—pregunté tragando saliva pesadamente.
—Unos bandidos vinieron y lo destruyeron todo —me dijo el mayor de ellos con expresión nostálgica—; nuestra madre nos escondió, pero no pudo esconderse con nosotros.
—Lo lamento —les dije apesadumbrado—. ¿Ustedes saben quién soy yo? —pregunté luego de una pausa indudablemente incómoda.
—Nadie en el pueblo te conocía, eras recién llegado —me contestó el niño.
Me sentí un poco frustrado al no obtener respuesta, sin embargo me dio algo de lástima por los niños al percatarme de que habían quedado completamente desamparados.
—¿Tienen quién les ayude?—inquirí.
—Estos niños serán educados en la Casa de Rigel, Señor de las Espadas como sirvientes, y después se harán soldados del reino —me respondió el soldado que me trasladó a la carreta, quien había vuelto a aparecer súbitamente sólo para informar que era hora de marcharse ya que no había nada más que rescatar.
El ambiente de repente se había tornado muy calmado. Demasiado.
Un estruendo no muy lejano sacudió la tierra repentinamente; seguido de ello, se escucharon gritos de soldados, algunos de pánico, otros de guerra y, algunos más, de dolor. Dentro de mí surgió una clase de instinto que me incitaba a investigar. Corrí mirando a mi alrededor, sin esperar encontrarme con una criatura horrorosa que atacaba a los soldados.
—¡No! ¡Arlath! —grité al ver como el hombre que me devolvió a la vida era devorado…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dispara!